martes, 24 de agosto de 2010

Soñar no cuesta nada...

Soy un soñador. Ese quizás es el grupo humano al que pertenezco. Soy un soñador empedernido y novelesco. Es que soñar no cuesta nada, señores, nada. Es gratis.

Sueño con ver a mi pueblo desarrollado, con mucho empleo. Sueño con que no haya altos índices de violencia familiar. Sueño con una cantidad mayor de jóvenes en la biblioteca que en las cantinas. Sueño en que todos aprendamos la cultura del ahorro. Sueño en una juventud de verbo florido y de lectura veloz. Sueño con que la palabra “vaguito” no sea más una cualidad que muchos quisiesen tener. Sueño con muchos universitarios y profesionales. Sueño con muchas personas emprendedoras. Sueño con el final de la envidia, de esos comentarios ponzoñosos. Sueño con que todos respetemos las reglas del juego. Con que la cultura del “más vivo” se convierta en la cultura de “el que hace lo correcto”; ya que el ser “zanahoria” no está mal si haces lo correcto.

Sueño con ver menos basura en las calles. Sueño con menos informalidad, en todo; menos informalidad en nuestras vidas. Sueño con progreso, con una mejor educación, con mejor salud, con más oportunidades. Sueño con que no haya niños que padezcan hambre o frío.

No hay nada que hacer, soy un soñador, un soñador empedernido, un soñador romántico.

Y es que sueño, señora, sueño. Sueño con mejores políticos. Con mejores votantes, con gente que no regale su voto por un pasaje. Sueño con la sinceridad, con que piensen en el bien común antes que en el propio.

Sueño con humanos preocupados por el medio ambiente, con personas que se preocupen en aprender, en vivir, en querer, en soñar, en leer, en divertirse, en amar –de verdad-.

Sueño con personas soñadoras, como yo. Sueño que este pueblo se encuentra unido, por un fin común, el único que debe existir: Crecer, progresar. Sueño con libros abiertos y personas leyendo. Con platos llenos de potajes nutritivos y niños comiendo. Pero sobre todo sueño, en que estas líneas dejen de serlo, no más un sueño, sino una realidad.

Soy un soñador, señores, uno quijotesco, que profesa sus deseos a aquellos que le brinden su atención, aunque sea por un instante.

No esperemos a ese “lunes cualquiera”, no esperemos ayudas externas, empecemos, actuemos, solidaricémonos con nuestros deseos y volvámoslos realidad. Debemos hacer las cosas bien, aunque cuesten, aunque el “camino corto” sea el que quieran seguir. Este es mi sueño, nada más, simplemente que todos hagamos las cosas bien, que todos confiemos en nosotros mismos, en que sepamos que aún nada está perdido.

Soy un soñador, quizás, pero ¿Qué son los sueños? No otra cosa más que metas, caminos que recorrer y este es mi primer paso: comunicarlos, confesarlos públicamente, convirtiendo al quién lo lea en mi confidente.

Si un solo día hiciéramos las cosas bien, nos pusiéramos de acuerdo, que diferente sería el mundo.

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Hasta la próxima.

Algo más: Este escrito fue publicado en la revista Buenos Aires, del distrito de Buenos Aires - Morropón.